A Clara no le gustaban las muñecas, pero no era rara.
Nunca fué una niña que le gustara jugar con otras niñas, y menos si eran las tontas niñas de los vestidos de pastel que jugaban todas las tardes en el parque a ser princesas, mamás, heroínas o cocineras.
Un día, el hermano de Clara trajo un muñeco nuevo a casa y se lo regaló a su hermana. ¡Era el muñeco más bonito que había visto en su vida! Era extraño, no tenía mejillas de colores, ni pelo rizado rubio y áspero, tampoco llevaba carmín. Clara odiaba el carmín que se ponía su tia gorda.
En cambio tenía unos ojos muy bonitos, negros, grandes, que parecían sonreir siempre.
En lugar de plástico, era de tela. Así Clara podía aplastarlo contra su pecho sin arañarse el cuello.
También tenía dos piernas, dos brazos...pero el suyo tenía algo más, algo familiar, algo que reconocía...
Ese mismo día decidió bajar al parque para enseñarles a las niñas de tartas su nuevo muñeco.
- ¡Mi muñeco se llama Don Felipe!
-¡qué muñeco más feo!-dijo la niña del vestido de fresa
- Pues no es feo, me lo ha regalado mi hermano!
- Puedes jugar a ser el malo...-respondió rápidamente una niña arrancándole a Don Felipe de las manos...
Clara se unió al grupo, desde la distancia, quieta y distante.
Una de las niñas cogió un trozo de cristal del suelo, se lanzó violentamente hacia Don Felipe.
Le clavó con fuerza el cristal y que atravesó el bonito corazón que tenía en el pecho.
La sangre cubrió sus caras, pintó sus vestidos y cubrió el suelo.
Clara sonrió.
Las niñas tontas del parque ya eran de color pastel.
...cuando Clara llegó a casa, su hermano yacía cubierto de sangre en el suelo de la cocina.
Una sonrisa en la comisura de los labios y una nota:
"Gracias"